Detesto el término “esnob”. Imbéciles y pretenciosos hay en todas partes, pero detesto que se use para designar a quienes, en la mayoría de los casos, solo buscan ir un paso más allá. Es parte de ese antiintelectualismo y de esa cruzada contra la profundidad que nunca acabaré de comprender. Con todo lo que hay en este mundo por aprender, que agobia, que no te llega una vida.
Leí en un artículo de Marta D. Riezu algo al respecto en lo que no he podido dejar de pensar. Decía así: «En este extraño país, si vienes de una familia normal pero te educas y quieres mejorar quizá te llamen esnob, pretencioso, desclasado. Imposible salir del caminito que te tocaba por nacimiento, traidor de tu entorno, renegado, arribista. Acabo de ver un ejemplo minúsculo ahora en Twitter: un joven se quejaba del doblaje en las películas; le gusta la voz original y le suena bien otro idioma. Le han llamado de pedante para arriba. El mainstream bobo es tremendo. (...) Formarse y dedicar tiempo a la observación crítica requiere una energía y una dedicación que los tiempos modernos apenas permiten. Es decir: pulirse es hoy un privilegio».
Parece poco provechoso ir en contra de uno de los escasos privilegios no alienantes que quedan. No se trata de increpar. No hay dos bandos aquí. La cultura no salva. Es otra cosa. No pasa nada si no lees ese libro, si no te paras a entender la canción, a descifrar una obra de arte. No pasa nada si pretendes comer lo del restaurante de la esquina en cualquier país del mundo. No pasa nada si te quedas en la superficie del afecto, si tienes relaciones forjadas a brochazos. Tu vida seguirá, el martes después del lunes, pero es precisamente eso: no suele pasar nada. En cambio, si elegimos la otra opción, ¿qué hay de todo lo que sí puede pasar cuando dejas que la sensibilidad entre y lo inunde todo? Cuando te abres a que te cambien los esquemas. Cuando llenas tu parcela de fuentes de riqueza. Cuando escuchas más que hablas. Cuando aguzas la mirada
La sensibilidad: no caer en blancos o negros, en juicios rápidos. Observar las sombras, los porqués, las contradicciones. Ser transigente con las aparentes transgresiones. La sensibilidad afina la intuición, esa brújula que llevamos de serie. La aparta del exceso de análisis, de la paranoia. Es una forma de mirar la vida que la convierte en algo más interesante, más divertido. Hay personas que a través de su mirada enseñan un mundo feo o plano o aburrido o violento o gris. La sensibilidad es lo contrario, hace que te guste cómo se ve la vida a través de sus ojos. Es, también, darte el tiempo para mirar a través de esos ojos ajenos. Permitirte el lujo de conocer a esa persona de verdad, sin prisa ni conclusiones precipitadas, en una especie de exploración a base de conversaciones. Hablar. Ese otro tema. Hablar de verdad también requiere esa sensibilidad vital. Escuchar y pensar e interesarse y después responder. Todo lo demás es monólogo.
El interés, el conocimiento, la profundidad, la delicadeza, el espíritu crítico, la fascinación transforman la existencia en una especie de baile. A veces también en angustia, tristeza, desconcierto. No me parece un precio demasiado alto a pagar. Al contrario. Viva la sensibilidad. Vivan los esnobs.